Dos niñas jugando con el agua de una fuente

Introducción

Qué funciona en terapia es realmente un misterio. No es algo aprehensible ni por lo tanto susceptible de ser medido. Pero parece la mayoría de los psicólogos-terapeutas estamos de acuerdo en algo, que además es avalado por diversos estudios. Que lo que sana la neurosis no es tanto el contenido de lo que se dice, el enfoque del terapeuta ni las técnicas empleadas, sino que es el vínculo entre el paciente y el psicólogo. Aunque es algo que ya se viene diciendo desde los inicios de la psicoterapia, ha sido la frase de Irvin Yalom “Lo que cura es el vínculo1” la que ha quedado grabada en el imaginario popular como representante de esta idea.

Un vínculo que podría estar conformado por diversas variables: la entrega del terapeuta o psicólogo, su capacidad de estar en el presente en contacto con su paciente, realmente interesado en él, poniendo en marcha todos los recursos pertinentes de los que dispone, ofreciendo apoyo, seguridad, curiosidad, deseo y motivación para ir hacia la novedad… Esto será así, obviamente, siempre y cuando el terapeuta esté lo suficientemente sano y libre de neurosis.

A continuación voy a tratar de dar una explicación psicológica de por qué esto es así según la Teoría del self de la Terapia Gestalt. Ya que éste es el marco teórico y práctico en el que yo me siento cómodo y desde el que me muevo. Empecemos por el principio, ¿qué es la neurosis?

Marco teórico de la neurosis

¿Qué es la neurosis?

Es un proceso o estado en el que el individuo no atiende a aquella parte del entorno ni aquello que surge de su propio cuerpo, y que es importante para él en ese momento para solucionar el problema en el que se encuentra. No siente sus propias sensaciones ni deseos, por lo que no se posiciona de forma coherente en la situación presente. No se emociona de forma auténtica ni lleva a cabo las acciones que naturalmente tendería a hacer. Tampoco percibe su entorno de forma clara, ya porque lo evite, porque trate de controlarlo o porque le atribuya lo que no está realmente ahí.

Y lo más importante y que caracteriza a la neurosis es que esto lo hace de una manera no voluntaria, es decir, automáticamente.  El mecanismo neurótico es un comportamiento reactivo, un hábito que llevamos a cabo de manera no consciente ni deliberada. Instaurado hace probablemente muchos años como una adaptación al medio que nos tocó vivir, que en aquel momento tuvo su sentido, hoy se repite de manera mecánica. Y no solo ya no cumple la función para la que fue creado, sino que lo único que hace hoy día es impedir la apertura a la novedad, a la adaptación sana y a la creatividad, es decir, al crecimiento.

¿Cómo se creó la neurosis?

Como hemos dicho, la neurosis se originó como una adaptación creativa a una situación difícil. La persona tuvo que inhibir determinadas capacidades y dejar de atender ciertos estímulos para conseguir satisfacer otras necesidades que en ese momento eran prioritarias. Ponerlas en práctica producía situaciones de miedo y frustración insoportables. Frustración puesto que el entorno no acogía las necesidades que surgían, y miedo porque el expresarlas causaba situaciones de peligrosas, excesivamente excitantes para soportarlas. Esta conjunción de miedo y frustración mantenida en el tiempo hizo que nos acostumbráramos a cortar el fluir de la experiencia en determinados aspectos. Y esa costumbre hizo que ahora lo hagamos de manera habitual, sin apenas consciencia.

Y lo ponemos en acción cada vez que se dispara la percepción de la situación como frustrante y peligrosa. Cosa que ocurre cada vez que el proceso detenido tienda a surgir de nuevo. Y tenderá a surgir muy a menudo ya que este proceso es una necesidad que quiere ser satisfecha. Y esta necesidad puede ser de cualquier tipo, como de afecto, seguridad, intimidad, reconocimiento, éxito…

¿Cómo nos interrumpe en nuestra vida?

Como ya explicamos más extensamente en los artículos Para qué sirve prestar atención al presente y Cómo decidir de manera sana, si no nos dejamos sentir, aceptamos nuestros impulsos y deseos, si no percibimos adecuadamente nuestro entorno, ni nos arriesgamos a tomar decisiones, y a ir en los momentos oportunos hacia lo desconocido, no vamos a poder manejarnos en nuestra vida cotidiana como nos gustaría. Los problemas se nos van a ir acumulando y no contaremos con los recursos necesarios para resolverlos.

¿Cómo el vínculo puede sanar la neurosis?

El neurótico, y todos somos neuróticos en algún aspecto, tiende a percibir, aunque sin darse apenas cuenta, las situaciones en las que se traba, como peligrosas y frustrantes. Es por eso por lo que se detiene. Si le preguntamos probablemente lo negará, ya que no es apenas consciente de ello, es una sensación de base, de fondo lo que le hace parar de percibir y de sentir.

Cuando el paciente comienza a vivir la relación con su terapeuta como no peligrosa y no frustrante, ese automatismo con el que se frena a sí mismo comienza a poder relajarse. Empieza a sentir que se puede ir permitiendo desear lo que verdaderamente desea, ir hacia donde genuinamente le indica su impulso, ser quien auténticamente es.

Relación excitante y segura

Con no peligrosa quiero decir que el paciente deberá experimentar la relación con su psicólogo con la suficiente sensación de seguridad. Esto es, en una situación en la que está a punto de dar un paso más allá, la posibilidad de resultar dañado será prácticamente inexistente. O, en su caso, será un daño asumible. También el paciente deberá sentirse comprendido y acompañado, sabiendo que hay alguien cerca que está a su lado y de su lado. Que no lo abandonará. Alguien en quien confiar y en quien apoyarse en momentos complicados.

Y con no frustrante me refiero a que la situación terapéutica será excitante, esto es, que movilizará sentimientos, deseos, emociones, acciones…  Sobre todo aquellos que están interrumpidos por la represión de la neurosis. Para ello el terapeuta debe ser alguien que siente, ya que éstos son procesos que se desarrollan con otro, no en soledad. El psicólogo-terapeuta deberá, por tanto, dejarse impactar por su paciente. No puede permanecer como un observador, como alguien que analiza o que dirige desde la lejanía, inalterable. Sino que le interesará verdaderamente su paciente, se sentirá afectado por él, en momentos se emocionará, y lo que diga a su paciente será honesto. Solo así podrá permitir que las tensiones interrumpidas del paciente puedan volver a fluir… con otro.

Esto no se da en una sesión ni en dos. Se necesita tiempo para que un vínculo así se desarrolle hasta posibilitar una flexibilización y toma de consciencia de la represión. Y la confianza suficiente para atreverse a dar pasos en el camino de la salud. En definitiva, el paciente debe sentirse genuinamente apoyado por alguien realmente interesado en su mejora. Un encuentro entre dos personas en la que una de ellas desea la salud psicológica de la otra.

El vínculo es el que sana

Y en un plano relacional podríamos decir que es el vínculo el que sana. No tanto el terapeuta o el paciente, sino el contacto entre ambos. Es la relación misma la que pasa de estar bloqueada y contenida, a ser fluida. Donde las necesidades, deseos, puntos de vista, decisiones… de ambas partes tienen su lugar por igual, y guían el proceso en el que ambos están implicados.

 

  1. Yalom, Irvin. Psicoterapia Existencial, Ed. Herder, pág. 481, Barcelona, 1984.

Autor: Paco Giner

Psicólogo en Valencia

Terapeuta Gestalt

 

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