Grafiti de persona saliendo del agua y está escrito Reflect

Este artículo, publicado en el número 49 de la Revista Figura Fondo, es una continuación o ampliación de “Situación, formas de existir y psicoterapia. La Terapia Gestalt como modos de equilibrar la situación”. Al igual que aquel, está dirigido más bien a terapeutas gestalt, ya que requiere partir de una cierta terminología teórica.

 

Resumen

En situaciones problemáticas, la función yo activa regulaciones creativas que abren nuevas posibilidades. Veremos tres de ellas: el surgimiento de la consciencia creativa (inmediata y/o reflexiva) a partir del hábito, el funcionamiento de la consciencia reflexiva, donde la experiencia surge aislada de la situación inmediatamente presente, y las dos funciones del psicoterapeuta. También extrapolaremos nuestra concepción de situación al ámbito social, buscando su sistema político equivalente.

Palabras clave

Situación, hábito, consciencia inmediata, consciencia reflexiva, situación inmediatamente presente, función yo, psicoterapia, Terapia Gestalt, política, democracia.

 

Introducción

Este artículo es una continuación o ampliación de “Situación, formas de existir y psicoterapia. La Terapia Gestalt como modos de equilibrar la situación”. Puesto que aquel supone la base teórica en el que este se sustenta, quiero explicitar brevemente su marco conceptual.

Una situación está conformada por un organismo, su entorno y los procesos que tratan de equilibrar a ambos entre sí. Podemos entender equilibrio como el estado de ausencia de tensiones en la situación. Los procesos equilibradores o reguladores (utilizaré estos dos términos como sinónimos), mediante los que toda situación o campo organismo/entorno (también utilizaré estos dos términos como sinónimos) se autorregula, se desarrollan en, y crean, la frontera organismo/entorno. Estos procesos son los que en el artículo anterior llamé formas de existir, y también, y será la manera como más a menudo los llamaré en este, niveles de regulación o formas o posibilidades de equilibrar la situación, por ser estas expresiones más intuitivas y cercanas. Todo lo que podemos decir en referencia a una persona, lo decimos de sus formas de regulación. Todas nuestras experiencias podemos clasificarlas en los distintos niveles de regulación, por eso los llamé formas de existir. Organismo y entorno son realmente entelequias, elementos creados por la consciencia reflexiva con el propósito de analizar e investigar acerca de nuestro funcionamiento psicológico, pero no son experimentables. Por ejemplo, si toco con el dedo un objeto caliente, ni el dedo ni el objeto, de manera aislada o por sí mismos, forman parte de mi experiencia, lo que siento es el calor, que es el proceso de regulación de la situación, en este caso regulación térmica, formada por el dedo, el objeto y su mutua regulación. La experiencia es, por tanto, la consciencia del proceso regulatorio o de búsqueda de equilibrio de la situación organismo-entorno.

Las formas de equilibrar la situación podemos dividirlas de varias maneras. Obviamente no son departamentos cerrados, sino que forman una especie de gradación o continuidad, y en muchas ocasiones va a resultar complicado diferenciar si una experiencia pertenece a uno u otro nivel. Generalmente van a coexistir varios e incluso todos los niveles a la vez, manteniendo entre ellos una relación figura-fondo. Pero aun con estas salvedades, la siguiente clasificación nos puede resultar útil para entender y encauzar procesos y experiencias. Aun siguiendo los niveles de regulación que propuse en el artículo anterior, para el propósito de este los he reorganizado en los siguientes cuatro niveles:

  1. Procesos físicos. Formas exclusivamente materiales y energéticas de regularla, como el mundo físico, químico y biológico. Un nivel prepsicológico, esto es, que se produce previamente y que sirve de sustento necesario, a cualquier tipo de experiencia o de consciencia.
  2. Hábitos. Formas automáticas de regulación, podríamos decir que se encuentran a mitad camino entre lo físico y lo psicológico, y a las que no prestamos atención al darlas por supuestas. Podemos no ser en absoluto conscientes de estos procesos o tener una consciencia que podríamos llamar habitual. Este funcionamiento habitual está conformado por tres modos de regulación: -funcionamiento innato, -función personalidad y -represiones.
  3. Consciencia inmediata o awareness. Formas de regular creativa y conscientemente la situación inmediatamente presente, a partir de la integración novedosa de elementos o tensiones del organismo y del entorno. Este nivel y el siguiente conforman lo plenamente psicológico. La consciencia inmediata podemos subdividirla, a su vez, en cinco niveles: -ello de la situación, -ello individual, -emociones, -función yo y -experiencia plena.
  4. Consciencia reflexiva o consciousness. En situaciones complicadas de regular, los seres humanos tenemos la capacidad de aislar nuestra experiencia de la situación inmediatamente presente, activando formas de regular creativa y conscientemente la situación inacabada.

Seguiré, por tanto, el criterio de Carmen Vázquez Bandín en la traducción que hizo del PHG, al traducir awareness por consciencia inmediata y consciousness por consciencia reflexiva. Inmediata, debido a que el proceso consiste en la regulación de la situación inmediatamente presente. Con situación inmediatamente presente me refiero al entramado físico formado por mi cuerpo y los elementos y condiciones en los que está inserto. Las experiencias que emergen de manera inmediata y continua a partir de este organismo y entorno físicos, pertenecerían a la consciencia inmediata. Inmediato viene a significar aquello que sucede sin que medie tiempo ni espacio, por tanto, lo que guarda una relación directa. Es decir, las experiencias de la consciencia inmediata son las búsquedas de equilibrio entre las tensiones orgánicas y ambientales surgidas de la situación físicamente presente. Si, por ejemplo, estoy sentado en la playa y pensando sobre lo que hice ayer, con situación inmediatamente presente me refiero, del lado del entorno, a la arena, al mar y al sol, del lado del organismo, a mi cuerpo físico ahí sentado, y respecto a mis experiencias inmediatas, al tacto de la arena, al hecho de mirar el mar y el cielo, de escuchar las olas, de notar la brisa acariciándome la piel, o de la sensación de placidez, de expansión o de tranquilidad que siento por el hecho de habitar de esa manera ese lugar. Siguiendo este ejemplo, en cambio, el estar pensando es una actividad de la consciencia reflexiva. Mantengo también esta traducción puesto que reflexión viene a significar la acción y el efecto de doblar hacia atrás. Y esto es coherente con la idea de que las experiencias reflexivas no son, como la consciencia inmediata, la regulación de la situación inmediatamente presente, sino la de alguna otra situación no inmediatamente presente que quedó inacabada. La consciencia reflexiva es, por tanto, la regulación de tensiones que quedaron detenidas, por lo que, de alguna manera, estas tensiones vuelven sobre sí mismas para regularse entre ellas. Una regulación que ni descarga estas tensiones en la situación inmediatamente presente ni da entrada a las tensiones novedosas de esta. En el siguiente gráfico represento esquemáticamente esta distinción.

Consciencia reflexiva y consciencia inmediata

Debemos decir que pese a que alcanzar una situación de equilibrio es la finalidad de todo proceso regulatorio cuando nos referimos a determinadas tensiones concretas, cuando nos referimos a todas las tensiones presentes en cualquier situación, la situación totalmente equilibrada es una quimera, un estado imposible de alcanzar para el ser humano, quizá no tanto para el resto de animales. En cuanto a nuestra cotidianeidad, nos ocupan asiduamente asuntos de tipo relacional, corporal, económico, laboral o doméstico. En el caso de que estas tareas la tuviéramos resueltas, van a surgir otros temas que permanecían en el fondo a la espera de ser atendidos, como situaciones inconclusas del pasado, el deseo siempre inacabado de comprender aspectos de nosotros mismos o del mundo, o preocupaciones por el futuro. Y en el utópico caso de que todo esto también permaneciera en equilibrio, siempre andan al acecho cuestiones trascendentales presentes en el ser humano, como la muerte, el sentido de nuestra vida o la existencia de Dios. A su vez, es gracias a todos estos desequilibrios, que no tienen por qué guardar este orden de prioridad, que estamos psicológicamente vivos, ya que nuestras vivencias son las desregulaciones del campo organismo-entorno tratando de equilibrarse. Si todas las tensiones de la situación estuvieran reguladas, no habría experiencias, no existiríamos.

Entrando ya de lleno en el contenido del artículo, vamos a tratar tres procesos regulatorios en los que, debido a alguna dificultad en el proceso de búsqueda de equilibrio, la función yo provoca o facilita la puesta en marcha de regulaciones novedosas y creativas que abrirán nuevas posibilidades con el propósito de vencer esa dificultad. En un primer apartado, partiremos de los hábitos y de cómo estos pueden dificultar o imposibilitar la búsqueda de equilibrio, para ver cómo podemos facilitar deliberadamente el surgimiento, la aparición o la creación de la consciencia creativa. Por consciencia creativa me refiero a las experiencias generadoras de novedad, es decir, tanto a la consciencia inmediata como a la reflexiva. En el segundo nos centraremos en aquellos momentos en los que la consciencia inmediata se encuentra inmersa en una situación tan problemática que no es capaz de regular, por lo que la función yo va a facilitar, al mantener separadas las experiencias de la situación inmediatamente presente, la puesta en marcha de la consciencia reflexiva, para poder inventar nuevas soluciones o, al menos, relajar las tensiones que permanecían detenidas. La consciencia reflexiva es un tema muy poco tratado en Terapia Gestalt e incluso menospreciado en algunos ámbitos bajo la argumentación de que nos salimos del flujo del aquí y ahora. Es por ello que creo que merece la pena analizarla y reivindicar el inmenso valor que aporta al proceso de regulación. Así como en estos dos primeros apartados nos centraremos en los procesos regulatorios de una situación, en el tercero abordaremos la situación psicoterapéutica, en la que el psicoterapeuta va a tratar deliberadamente, además de regular su propia situación, de facilitar que el paciente regule la suya. Y cerraremos con un breve apéndice socio-político, en el que extrapolaremos la regulación de la situación organismo-entorno a la regulación de la situación individuo-sociedad, viendo qué sistema político resultaría equivalente.

Lo expuesto en este artículo pretende ser solamente uno de los tantos puntos de vista posibles acerca de la dimensión psicológica del ser humano, una manera de ver, de entender y de hacer, que no tiene la pretensión de funcionar como única verdad, aunque sí como una verdad, si tomamos verdad en su significado de conocimiento, de hábito que nos sostiene como fondo, a la vez que nos limita, una verdad que sería, en esencia, la apertura deliberada de posibilidades.

 

1. Salida del hábito

1.1. El hábito

Nuestras reacciones instintivas, nuestra manera de hablar, de andar, de dar significado a lo que vemos, nuestras creencias, formas de relacionarnos o nuestras elecciones no conscientes, esto es, el funcionamiento habitual, está siempre activo, equilibrando constantemente el campo organismo/entorno, en su mayor parte de una manera automática o no consciente. Esta modalidad podemos subdividirla, como hemos visto, en tres, el funcionamiento innato, la función personalidad y la represión. Dado que en el artículo anterior ya desarrollé estos dos últimos, voy a hablar a continuación solo de lo innato.

El funcionamiento innato son los mecanismos y cualidades con los que venimos “equipados de fábrica”, una modalidad de relación organismo/entorno psico-corporal que hace posible que percibamos el mundo y respondamos ante él previamente a cualquier aprendizaje. Las experiencias que vamos viviendo y los aprendizajes que consecuentemente vayamos adquiriendo, irán modulando, condicionando y afinando estos mecanismos innatos, a su vez que se irán asentando sobre estos. Por ejemplo, en el nivel de lo innato percibo algo así como un objeto acercándose velozmente, mis músculos se tensan y me aparto. Todo esto ocurre sin palabras ni entendimiento, sin deliberación, de manera automática. Aunque haya dicho un objeto, mis músculos o me aparto para entendernos, no hay aquí un objeto conformado como tal diferenciado de un sujeto, ni un yo, ni un mío, ni la consciencia de músculo, ni ninguna decisión entre apartarme o hacer otra cosa, es simplemente un acto reflejo que nos ocurre. Y a todo este proceso, con un poco de retardo, mi función personalidad, mis conocimientos adquiridos, le van a ir dando un sentido y un significado, y veré una pelota roja de plástico que ha lanzado un amigo mientras yo estaba mirando a otro compañero, y diré que me he asustado y me he agachado para que no me golpeara la pelota. Y si esto me ocurre muchas veces, mi nivel de atención se incrementará e iré adquiriendo cierta destreza a la hora de esquivar la pelota. Va a ser esta tendencia innata a regular la situación la que, en la mayoría de las ocasiones y sobre todo en las que no somos conscientes de ella, va a guiar y a marcar la dirección, desde el fondo, como intencionalidad, del resto de niveles regulatorios que se vayan a ir poniendo en marcha posteriormente.

Este ejemplo puede servirnos también para aclarar lo que quiero decir cuando diferencio entre habitual y novedoso. Aunque podemos argumentar que la pelota que viene hacia nosotros es novedad, ya que es algo que no me espero, algo imprevisto o discontinuo respecto al resto de la situación, en este artículo, cuando hablo de novedad, no me refiero a los sucesos que ocurren en la situación, sino a la forma de mi experiencia. Y mi experiencia, en este caso, consiste en la puesta en práctica de un patrón repetitivo, casi de un acto reflejo que se activa automáticamente, donde no hay lugar a la duda ni a la incertidumbre, una forma clara y segura de sí misma, incuestionada y, por tanto, obviamente, habitual. En este ejemplo ocurre todo tan rápido que apenas habría lugar para que alguna forma de la consciencia creativa se ocupara de regular la situación.

A la modalidad de regulación habitual no le prestamos atención, bien por ser algo tan conocido que lo consideramos obvio o bien por ser algo tan desconocido que permanece fuera de nuestra experiencia, pese a que forma parte de nuestro sostén básico. Cuando dudamos de lo habitual, desconfiamos del suelo que nos sirve de apoyo y que hasta ese momento considerábamos firme o que ni siquiera éramos conscientes que nos sustentaba. Podemos experimentar entonces, por ejemplo, sensaciones de caer al vacío, de desintegración, de invasión, de ausencia, de caos, de irrealidad, de terror, de ahogo o de una muerte inminente. Todas las alarmas se encienden, aparecen sensaciones de miedo y frustración básicas, experimentadas como angustia o ansiedad.

La excitación en esta forma de regulación puede ir desde lo muy débil a lo fuertemente intenso. Es débil cuando no somos conscientes de ella o cuando la consciencia habitual consiste en percibir, pensar, sentir y hacer de la manera acostumbrada. Pero la excitación también puede ser muy elevada, como cuando, como en el ejemplo de la pelota, reaccionamos ante un peligro inminente, o cuando actuamos violentamente durante una acalorada discusión, o cuando nos paralizamos ante algo que nos aterroriza, o cuando defendemos vehementemente una creencia que tenemos arraigada o cuando criticamos incisivamente a otro o a nosotros mismos. En este momento vale la pena señalar que, aparte de la función personalidad, también forman parte de los hábitos, los impulsos, las conductas instintivas, los mecanismos neuróticos y las formaciones reactivas, regulaciones estas que suelen conllevar un alto grado de excitación. Una excitación que no podemos calificar de creativa, sino más bien de reactiva, de neurótica o como máximo de habitual, ya que se produce con una consciencia muy reducida o nula de los elementos presentes en la situación, ya que la consciencia habitual no incluye ningún elemento diferente a lo ya conocido.

A la base de toda regulación habitual podemos inferir la existencia de alguna forma de violencia, que puede ser tan sutil que pase absolutamente inadvertida o abiertamente explícita. Me refiero al hecho mismo de estar manteniendo algún conocimiento, alguna actitud, ciertas costumbres o determinada creencia, como la única opción, descartando así otras posibilidades. La violencia está, pues, en el silenciamiento, de forma más o menos explícita, de cualquier otra alternativa. Cuanto más inadvertido nos pase este enmudecimiento, esta ocultación de regulaciones posibles, el grado de violencia resultará más efectivo, más poderoso, ya que esa única opción lo ocupará todo y la coerción explícita será innecesaria. Una violencia que en ciertos casos resulta ser inevitable y necesaria, ya que, de lo contario, viviríamos en una eterna búsqueda de alternativas. Recordemos lo que hemos comentado cuando ponemos en duda nuestro apoyo en lo habitual. Es decir, una violencia que crea y mantiene un suelo firme en el que ponernos de pie y movernos por el mundo de una manera mínimamente funcional. Cuándo mantenernos en el hábito, que, como hemos visto, resulta ser al mismo tiempo violento y apoyador, y cuándo abrirnos a nuevas posibilidades, con todo lo que esto conlleva, como a continuación veremos, es una decisión que nos vemos obligados a tomar casi a cada momento de nuestra vida, que va a ir modificando la situación que habitamos y de la que surgimos, y por tanto, condicionando quiénes vamos a estar siendo al momento siguiente y qué elección tomaremos.

 

1.2. Del hábito a la consciencia creativa

La desregulación del campo organismo/entorno nos despierta del letargo al enfrentamos, como acabamos de decir, a una pregunta decisiva. ¿Acojo elementos novedosos en mi experiencia, avanzando así hacia la consciencia inmediata y/o reflexiva, soportando la incertidumbre de lo desconocido y, por tanto, desvelándome, o, por el contrario, rechazo lo novedoso, manteniéndome así en la no consciencia o en la consciencia habitual, retornando a la calmada seguridad de lo conocido y, por tanto, me vuelvo a adormecer? Quiero aportar un par de notas a esta pregunta. En primer lugar, en la mayoría de las ocasiones, esta pregunta nos la hacemos con un nivel tan débil de consciencia, o incluso con ninguna en absoluto, que la respondemos de manera implícita y habitual. Por lo que no se trata realmente de una elección. Podremos considerar que decidimos consciente y deliberadamente solo cuando llegamos a experimentar lo novedoso desde la consciencia creativa y, desde ahí, desde el nivel de la función yo, decidimos. Aunque si quisiéramos responder con precisión, lamentablemente deberíamos reconocer que no somos capaces de diferenciar si nuestra elección ha sido producto de la función yo libre o de alguno de los procesos habituales. Aunque, como ya traté en la primera parte del artículo, algunos indicios nos pueden ayudar a decantarnos. Y, en segundo lugar, obviamente que esta formulación de la pregunta correspondería al contenido latente, y que el contenido manifiesto, las preguntas que realmente nos podemos llegar a hacer, podría tomar formas del estilo de “Seguro que es así, ¿o quizás no?”, “Eso no tiene importancia, ¿o puede que sí la tenga?”, “Más vale malo conocido…, ¿o pruebo a confiar esta vez?”. “Siento, pienso y actúo así y punto, pero, ¿y si me dejara sentir otra cosa, aceptara también este otro pensamiento o actuara de esta otra manera?”.

Dado que un proceso habitual supone la elección no consciente de algunas regulaciones en detrimento de otras, esto es, la automatización del proceso de formación de la figura a partir del fondo disponible del campo, incrementar la consciencia de la situación va a significar convertir este automatismo en deliberación, activando la función yo, tomando en cuenta algunas de las potencialidades que fueron descartadas por el hábito sin que ni siquiera fueran consideradas.

Por ejemplo, imaginemos que estoy en la cola de la caja de un supermercado y un niño, que está delante de mí con su madre, no para de moverse y me da una patada. Esta patada desequilibra mi situación más allá de lo habitual, me hace salir, pues, del nivel de los hábitos, y siento algo así como sorpresa, molestia y un ligero enfado. Este es el momento en el que tengo que decidir entre seguir adormecido o despertarme. Imaginemos que decido volver al hábito. Entonces en mi experiencia aparecerán pensamientos, sensaciones o acciones ya conocidos por mí. Por ejemplo, puedo decir, “qué graciosos son los niños, qué espontáneos” y sonreír a la madre mientras trato de apaciguar mi molestia o mis ganas de decirle algo al niño; o puedo quedarme paralizado mirando al frente y seguir como si el niño no me hubiera tocado, reteniendo aún más formas de regulación creativa que en el caso anterior; o puedo mirar a la madre moviendo la cabeza como regañándola y pensar “qué mal educa a su hijo”, o incluso decirle algo semejante, poniendo en marcha una actitud reprochadora basada en mis creencias asentadas; o le puedo decir al niño, “¡oye, niño, a ver si te comportas!”, como una reacción cargada de violencia maquillada. Puede ocurrir que estas formas habituales logren que desaparezca toda tensión de la situación, volviendo así al equilibrio, o puede que no lo logren, quedando entonces tensiones detenidas y la situación fijada en estado de desequilibrio e inacabada. Un desequilibrio que puede resultarme más o menos obvio, dependiendo de lo eficazmente que consiga reprimir las tensiones que quedaron sin resolver.

Cuando estamos sumergidos en el mundo de los hábitos, en ocasiones podemos deliberadamente tratar de salir de él. Por ejemplo, si cuando alguien me mira, vivencio automáticamente su mirada como juiciosa, podría tratar de detener conscientemente este automatismo. Por ejemplo, relajando la excitación para no caer en lo reactivo, y volver así a mirar la situación poniendo en duda el juicio de esa mirada, permitiendo así que emerjan otras experiencias, o puedo también prestar atención a otros elementos que me habían pasado desapercibidos, como sus gestos o  su postura, o puedo permitir la emergencia de mis sensaciones corporales, dejando que entren a enriquecer mi experiencia, o cambiar mi punto de vista tratando de ponerme en su lugar para ver si obtengo nueva información, o puedo dejar que se expresen ciertos movimientos corporales que mantengo retenidos, o tratar de contextualizar esa mirada en el resto de la situación, tanto temporal como espacialmente, o también puedo ampliar el abanico a otras posibles interpretaciones de esa mirada. De esta y de otras posibles maneras podemos abrir posibilidades, aparcando la consciencia habitual en pro de la inmediata y la reflexiva, con todos los cambios que eso va a conllevar.

Nos resultará más sencillo dar este paso si la excitación no es excesivamente débil ni excesivamente intensa, ya que, en estos dos casos, el hábito va a tener una fuerte tendencia a hacerse cargo de la regulación y no nos resultará fácil abrir otras posibilidades. También nos facilitará dar este paso el hecho de que la inseguridad y la frustración no sean tan intensas que ni siquiera barajemos esta opción de apertura, esto es, cuando vivenciemos la situación en curso como suficientemente segura y acogedora, es decir, cuando confiemos en que vamos a poder transitar el proceso de regulación en curso, lo que va a depender, a su vez, de mis experiencias pasadas y del análisis que haga de la situación presente. También nos ayudará la creencia de que, en el caso de que desee hacerlo y aunque ello no signifique que la situación se equilibre, cuente al menos con la posibilidad de volver a habitar una situación suficientemente segura y acogedora.

Salir del hábito implica, dado que ponemos en cuestión nuestras maneras de ver, de entender, de hacer o de posicionarnos en determinadas situaciones, la desidentificación de uno mismo. La consciencia creativa significa, en cierta medida, el ponerse en cuestión a uno mismo, el habitar otro lugar distinto a ese que me hace sentir que sé quién soy, encaminándonos hacia un yo nuevo que no sé todavía cuál será. Resignificar nuestro mundo, nuestras creencias, planteamientos y elecciones habituales, es también resignificarnos a nosotros mismos, porque nosotros somos esas creencias, esos planteamientos y esas formas de ver y de vernos y de movernos por el mundo. Podemos decir que la novedad es siempre “lo otro”, la otredad, lo diferente a mí, lo desconocido hacia lo que de alguna manera me estoy dirigiendo, y que el hábito, por el contrario, es lo que es igual a mí, lo que reconozco como parte de mí, y, en definitiva, lo que soy.

Lo habitual y lo novedoso, lejos de ser excluyentes entre sí, están siempre coexistiendo hasta el punto que, de alguna manera, se necesitan mutuamente. Cualquier regulación que consideramos novedosa va a contener necesariamente procesos habituales en los que se apoya, ya que de lo contrario resultaría excesivamente ansiógena, quedaríamos paralizados y no conseguiríamos avanzar. Y del otro lado, cualquier regulación que consideramos habitual, va a contener procesos novedosos, ya que ningún proceso regulatorio es idéntico a otro, cada uno es único, y, por tanto, tiene aspectos novedosos. Esto todavía resulta más cierto cuando hablamos de experiencias vividas, ya que lo que no nos resulta en absoluto novedoso nos pasa desapercibido.

Cuando hablo de aumentar la consciencia abriendo posibilidades, me refiero a tomar en cuenta lo que ya está pujando por surgir, a permitir que se convierta en figura aquello que, desde el fondo, posee cierta tendencia a diferenciarse, y no tanto a forzar a que se convierta en figura algún fondo sin interés ni a provocar situaciones que “nos saquen” de lo habitual. Ampliar la consciencia creativa es permitir que aquellas tensiones del fondo “que lo deseen”, pasen a ser figura. Por ejemplo, en el ámbito del tacto corporal, me refiero más al hecho de mantenerme atento a cada percepción sensitiva al recibir una caricia de alguien, permitiéndome sentirla de una manera distinta a la habitual, manteniéndome abierto, a su vez, a recibir su mirada, su postura en relación a la mía, a darme el tiempo suficiente para sentir los diferentes modos en los que mi cuerpo tiende a movilizarse, a permitir el despertar de otras formas de hacer diferentes a las cotidianas o a dejar libre mi imaginación. Más que al hecho, por ejemplo, de acudir a algún tipo de talleres corporales o seguir alguna serie de propuestas, con la intención de habitar situaciones nuevas, aunque tampoco digo que sea una opción descartable. Pero el hecho de procurarme situaciones nuevas no me garantiza vivir experiencias realmente nuevas, ya que podemos vivir situaciones aparentemente muy distintas y novedosas de una manera totalmente habitual. Por tanto, me refiero a una actitud de apertura, a descubrir eso que ya está ahí, en el fondo, como posibilidad oculta, pasada por alto por los hábitos en nuestras regulaciones diarias, como aguardando su oportunidad para mostrarse y trasformar la situación. No es necesario, por tanto, forzar la situación para extraer lo novedoso ni hacer artificios para crearlo, sino que va a surgir naturalmente, espontáneamente, cuando modifiquemos levemente las condiciones de la situación, por ejemplo, bajando el ritmo, prestando atención a otros elementos de la situación en los diferentes niveles de regulación, manteniendo abiertas diferentes posibilidades, tratando de aumentar la confianza en el proceso regulatorio, soportando la incertidumbre o reinterpretando lo que está ocurriendo.

Una acción deliberada que podemos llevar a cabo y que va a resultar una gran aliada en el incremento de la consciencia de la situación, facilitándonos dar pasos hacia lo creativo y hacia la apertura de posibilidades, es la ralentización, el enlentecimiento del proceso de regulación en curso. La forma habitual de equilibrar la situación es automática y, por tanto, inminente, inaplazable e imprevista. El hábito va a tratar, sobre todo en las ocasiones en que una excitación se viva como molesta, de cortar el contacto con la novedad de manera brusca, como medio para disminuir esa excitación, pasando a regular la situación de manera urgente, pobre e inconclusa, pero con una sensación de seguridad y de estar a salvo que bien “vale la pena”. En este momento, una activación de la función yo en dirección a suavizar la sensación de urgencia y a desacelerar el proceso de búsqueda de equilibrio, aportando así serenidad y sosiego, va a significar que aquellos procesos que estaban condenados a mantenerse en el fondo, a pasar inadvertidos, resultando apenas influyentes, van a ir surgiendo a la consciencia, modificando la situación de manera significativa y permitiendo una regulación más completa y profunda. Otra acción que podemos llevar a cabo para evitar que el hábito se apodere de la regulación, coligada a esta ralentización del proceso, es el mantener la excitación en un punto intermedio, ni excesivamente intensa ni excesivamente débil, ya que es en estos dos extremos, como ya vimos, en los que el hábito tiene una mayor tendencia a hacerse cargo de la regulación.

Adentrarnos en la novedad, evitando que la forma habitual de hacer, de pensar y de sentir se apropie de la regulación del campo, requiere soportar la incertidumbre e incluso la ansiedad que pueda ir surgiendo, ya que comenzamos a no saber, a perder la sensación de control y de seguridad habituales. Si volvemos al ejemplo del supermercado, podría permanecer sintiendo la molestia física del golpe en mi pierna, la molestia psíquica de haber sido invadido en mi espacio e interrumpido en mis pensamientos, podría permanecer mirando al niño cómo sigue correteando, a la madre cómo habla con la cajera sin haberse percatado del incidente, mantenerme sintiendo el enfado, el impulso de defenderme, la reacción de reñir a la madre, el surgimiento de mis creencias acerca de “la buena educación”, etc., pero sin permitir que pasen a la acción, sino solamente siendo consciente de todo esto que tiende a emerger en mi experiencia, sin, por el momento, elegir nada ni descartar nada. Al no hacer nada con esto, puedo sentir el proceso habitual frenado. Estas dos tensiones contrapuestas, el impulso y el freno al impulso, me van a generar cierta ansiedad. Muy probablemente voy a sentirme momentáneamente perdido, sin saber quién soy en esta situación, ni quién es el niño en relación a mí, ni dónde estoy, ni hacia dónde me dirigiré. Toda referencia firme desaparece, todo es caótico, me puedo sentir angustiado, sin límites claros, como flotando entre sensaciones sin sentido. Pero, a su vez, este caos, esta falta de sentido, son puertas abiertas a diferentes posibilidades. Si nos mantenemos ahí algún tiempo, todo se irá aclarando, irán surgiendo de manera espontánea, muy posiblemente, figuras fuertes, con un sentido profundamente enraizado en esa situación concreta, e imprevistas, distintas a las ya conocidas. Nuestras experiencias, de esta manera, irán surgiendo de un fondo cada vez más sólido, amplio y complejo, abandonando el esquematismo de las experiencias habituales. En nuestro ejemplo, quizá comience a sentir una excitación divertida y me entren ganas de jugar con el niño, o le diga calmadamente a la madre que su hijo me ha dado una patada y que eso me ha molestado, o me surja un recuerdo abiertamente consciente de haber sido invadido por mi padre de pequeño, una situación que permanecía inacabada desde hace años, o…

Cuando, siendo figura cualesquiera de las formas de regulación creativa, el hábito de repente se apodera de las riendas de la regulación, lo que vamos a poder sentir es una especie de discontinuidad de nuestra experiencia, un cambio repentino de dirección, como que somos arrebatados por una fuerza incuestionable que nos sobrepasa y nos reposiciona. Una fuerza esta, la del hábito, que, a la vez que nos roba la libertad, nos pone a salvo. Por ejemplo, estoy llevando a mi hijo al colegio y, ya cerca de la puerta, se para y mira a un compañero de clase. En ese momento siento una tensión recorrer mi cuerpo, endurezco mi ser, miro rígidamente hacia la puerta del cole y le digo en tono brusco, pero con voz baja, “¡Vamos, no te entretengas, que llegamos tarde!”, mientras tiro de su mano en dirección a la puerta. Si analizo la situación de un modo habitual, diría que no quiero que entre tarde, que le tengo que educar en la puntualidad, que está bien que le enseñe a obedecerme, o casas por el estilo, y me iría muy satisfecho de mí mismo. Pero si ralentizo el momento en el que mi hijo se para y siento la tensión, puedo percibir un salto brusco en mi experiencia, una discontinuidad, dado que, si soy honesto conmigo mismo, no puedo atribuir esta tensión repentina al simple hecho de llegar tarde, ya que sé que no es algo tan importante para mí. Si amplío la consciencia de la situación, puedo reconocer que sentí una débil incomodidad previa a esa tensión y puedo asociarla a que estaba cerca una madre con la que no me quería encontrar, y que, al pararse mi hijo, esa incomodidad se acrecentó tan rápidamente en tan poco tiempo, que puedo reconocer indicios de ansiedad en ese momento y cómo el hábito, justo ahí, vino a mi rescate, y me dejó sin libertad, pero me salvó de la ansiedad. Teniendo esto ahora en cuenta, ya sí que puedo sentir una continuidad en el proceso de mi experiencia, cómo se originó mi excitación y cómo el yo represivo tomó las riendas en ese momento de urgencia. Realmente no me importaba que mi hijo se retrasara unos minutos, pero sí encontrarme cara a cara con esa madre. Ahora que sé lo que ocurrió, sería más fácil para mí ir hacia la novedad y abrir posibilidades, o no, pero al menos poder elegirlo deliberada y conscientemente.

Aunque creo que está suficientemente explicitado, deseo explicitar de nuevo aquí que la acción de abrir posibilidades, de ir hacia la novedad o de despertar o ampliar la consciencia creativa, como queramos llamarlo, a la que estamos haciendo referencia constantemente en este apartado, tiene como misión, objetivo, finalidad y sentido, la regulación de la situación. Es decir, abrir posibilidades no es un objetivo en sí mismo, no es un valor autónomo, sino que es un proceso supeditado a la búsqueda de equilibrio. ¿Cuándo, por tanto, tendría sentido ampliar la consciencia creativa de manera delibrada? Cuando percibamos la presencia de tensiones detenidas, retención de la excitación creativa, incomodidad o desasosiego, incomprensión o extrañeza, falta de cierre, opresión o empuje inespecífico, exceso de hábitos, curiosidad latente, y, en definitiva, cuando percibamos que la situación está desequilibrada y no la estemos ya regulando de manera satisfactoria. Para ayudarme a tomar consciencia de esto, puedo preguntarme por la naturaleza estética de mi experiencia, ¿es fluida o rígida, definida o confusa, congruente o incongruente, con o sin sentido, excitante o desenergizada…? Obviamente, no siempre va a ser el hábito el que estaba al mando de la regulación cuando aparece el problema, ni, por tanto, el único “responsable”, sino que, en una gran cantidad de ocasiones, van a aparecer problemas difíciles de resolver en presencia tanto de la consciencia inmediata como de la reflexiva, como veremos cuando abordemos esta última en el siguiente punto.

Mientras estamos viviendo cierta experiencia como figura, en el fondo se están produciendo, simultáneamente, otros muchos procesos regulatorios, bien con alguna modalidad de consciencia débil o sin ningún tipo de consciencia. Y cuando algún proceso de los que permanecía en el fondo surge como figura, la situación cambia. Por ejemplo, si alguien me está hablando y yo estoy atendiendo al contenido explícito de lo que me está diciendo, puedo suponer que mis sensaciones corporales están presentes en el fondo. Pero si dirijo mi atención a ellas y las vuelvo figura, todo parece cambiar. Quizá “me dé cuenta” de que me estoy sintiendo presionado, o demandado, o seducido, o… De repente, mi actitud se vuelve analítica, suspicaz, me pongo en estado de alerta, dejo de sentirme tan confiado como antes, mi situación ha cambiado, y también la de él, al cambiar la mía. Quiero decir que ampliar la consciencia de la situación, hacer figura lo que supuestamente ya estaba en funcionamiento en el fondo, no tiene que ver tanto con la metáfora de iluminar con una linterna un lugar oscuro, poniendo de relieve lo que ya existía. Sino que el solo hecho de hacer consciente puede poner en marcha un proceso, amplificarlo o detenerlo, en definitiva, lo modifica. Siguiendo esta metáfora podríamos decir que la luz de la linterna crea algo nuevo a partir de lo que ya estaba en la oscuridad. Es por eso que he entrecomillado antes la expresión “me dé cuenta”, porque “darse cuenta” no es ver algo que estaba oculto, sino que es un acto de creación. Tanto la consciencia inmediata como la reflexiva, crean la realidad, por eso las incluyo bajo la denominación de consciencia creativa. Pero también sabemos que ambas modalidades de consciencia son meras regulaciones de la situación, por lo que son creadas por ésta, o, mejor dicho, las experiencias son la parte consciente de la autorregulación de la situación. Por lo que tenemos que la experiencia es creada por, y crea, en el mismo acto, la situación a la que pertenece.

La sensación que vamos a experimentar al pasar de una regulación habitual a una creativa, puede abarcar desde una intensa excitación ansiosa a una casi imperceptible sensación de incertidumbre o inestabilidad. Esto dependerá de muchos factores, como lo básica que sea la desidentificación que se produce, la profundidad de la creencia que ponemos en duda, las repercusiones prácticas que conllevan esa novedad, la firmeza de los apoyos que quedan en pie, el vacío que aparece en la situación o el peligro vivenciado.

Si nos proponemos abrir posibilidades novedosas en presencia de síntomas neuróticos, puesto que estos nos están indicando que en el fondo hay represiones actuando, este propósito, en solitario, va a tener muy pocas posibilidades de conseguir su meta. En primer lugar, porque la represión tratará de mantener las tensiones inhibidas, y no nos resultará nada fácil hacer consciente ni la represión ni las tensiones, ya que su función protectora depende, precisamente, de que sigan pasándonos desapercibidas. Y, en segundo lugar, porque para que la situación detenida se vuelva a regular, se necesitan ciertas condiciones, como un cierto nivel de activación de la tensión retenida, y que el entorno nos resulte suficientemente confiable y acogedor como para volver a movilizar la tensión. Es por ello que, en los casos en los que haya represiones en el fondo, va a ser la situación psicoterapéutica, prácticamente el único lugar en el que, poco a poco, vamos a poder ir descongelando y movilizando la situación que quedó detenida en desequilibrio.

 

2. Consciencia reflexiva

La consciencia reflexiva es una forma de regular aquellas situaciones en las que el problema a solucionar para alcanzar el equilibrio es demasiado complejo para que la consciencia inmediata sea capaz de solucionarlo. A medida que la situación se va volviendo más problemática y aumenta el retraso en la regulación, la consciencia inmediata se va convirtiendo en reflexiva, con la finalidad de poner en juego nuevas potencialidades capaces de regular la situación. Por ejemplo, si quiero cruzar un río por una zona que me permite cruzarlo dando pequeños saltos de piedra en piedra, la consciencia inmediata resultará suficiente para cumplir mi deseo y lograr que la situación se regule de nuevo. Pero a medida que se va volviendo más complicado de cruzar, nuestra experiencia consciente se va a ir distanciando de la situación inmediatamente presente, esto es, del río y sus alrededores, de mis sensaciones, propiocepciones o movimientos corporales, que irán pasando al fondo. Esta situación se va a quedar detenida como situación inacabada, mientras se van simbolizando algunos de sus elementos que, al entrelazarlos con y sustentarlos en los hábitos, van creando una nueva situación, cuya modalidad de regulación es ya de tipo reflexivo. Esta regulación reflexiva crea formas abstractas de solventar el problema, como puede ser imaginarme poniendo un tronco para pasar o pensar en la posibilidad de construir un puente. Una vez solucionado el problema de manera simbólica, volvemos a la situación inmediatamente presente para regularla desde la consciencia inmediata, por ejemplo, poniendo efectivamente un tronco y cruzando.

Para mantener aislada la experiencia reflexiva de potenciales distractores y así poder llevar a cabo su función, la función yo del self deberá mantener apartadas de la experiencia tensiones de la situación inmediatamente presente, tanto orgánicas como ambientales, y de otras situaciones pasadas que quedaron inacabadas. Podemos decir que la consciencia reflexiva es la consciencia inmediata o habitual de una frontera desconectada del “aquí y ahora”, surgida de un fondo de dificultad, con el propósito de reinstaurar en la situación el mayor equilibrio posible. Esta función puede llevarla a cabo, principalmente, de dos maneras, no excluyentes entre sí y que, de hecho, suelen coexistir.

De la primera, cuando el problema no es excesivamente complicado o, al menos, la regulación parece posible, su función consiste en encontrar formas de regular la situación, agudizando la consciencia sobre determinados elementos simbolizados de la situación inacabada y experimentando de múltiples maneras con ellos y abriendo posibilidades, con el propósito de “regresar” a la situación inmediatamente presente de una manera novedosa tal, que me permita avanzar en la regulación. El ejemplo del río serviría aquí.

De la segunda manera, si el problema no parece tener solución, si no es posible equilibrar las tensiones del organismo y del entorno entre sí, la función de la consciencia reflexiva consiste en liberar en la frontera misma, esto es, aislada del organismo y del entorno inmediatamente presentes, las tensiones retenidas que no pudieron equilibrarse, aflojando así lo máximo posible la presión que quedó contenida. Se trata en este caso, por tanto, de liberar las excitaciones bloqueadas en la frontera misma con la única función de destensarlas. Por ejemplo, deseando cosas inalcanzables, realizando actos inútiles o imaginando mundos fantásticos. Un ejemplo paradigmático de esto es el sueño, en donde, ante la imposibilidad de equilibrar las tensiones en el entorno inmediatamente presente, las distendemos en forma de fantasías excitantes en la frontera aislada.

La falta de contacto organismo/entorno y de estímulos novedosos no convierte las formas reflexivas en hábitos, sino que pueden ser, al contrario, procesos altamente novedosos y creativos, aunque esta novedad no proceda de la situación inmediatamente presente, de la que están parcial o totalmente aisladas. Los elementos disponibles con los que cuenta el self para la creación de figuras reflexivas son las tensiones detenidas de la situación que quedó inacabada y los hábitos y, en un segundo plano, los elementos de la situación inmediatamente presente y los procesos físicos.

Imaginemos que, siguiendo el ejemplo del supermercado, no conseguí regular la situación y que llego a mi casa, me siento en un sillón y comienzo, por ejemplo, a imaginar qué otras opciones podía haber hecho, o que critico al niño, a la madre o a mí mismo, mientras hago ligeros movimientos repetitivos con el pie. A grandes rasgos, el fondo del que surgen estas formas reflexivas está formado, de un lado, por una ausencia de estímulos apremiantes en la situación segura y tranquila de mi casa, la que estamos llamando en este artículo situación inmediatamente presente, y, de otro lado, por una serie de tensiones detenidas que conforman la situación inacabada, excitante y frustrante, que se gestó en el supermercado. La presencia simultanea de dos situaciones, por un lado, la que está regulando la consciencia reflexiva, esto es, la situación inacabada, y por el otro, la inmediatamente presente, esto es, yo sentado en un sillón, es un requisito necesario para la aparición de la experiencia reflexiva. En este ejemplo, de la regulación de la situación inmediatamente presente pueden surgir experiencias de tipo habitual o alguna forma de awareness débil, como sentir la seguridad de mi casa, la comodidad del sillón, el sonido del viento en el exterior de mi casa, o puede no surgir ninguna experiencia si estoy absolutamente inmerso en la reflexiva. Esta situación, la inmediatamente presente de mi casa, servirá de fondo en el que se apoyará la situación inacabada y de la que surgirán las experiencias reflexivas.

También puede ocurrir que la situación inmediatamente presente sea la misma, al menos aparentemente, que la propia situación inacabada que genere la consciencia reflexiva. Por ejemplo, imaginemos que estoy delante de un compañero al que le quiero contar algo, pero no sé cómo hacerlo, dudo y tengo temor a las posibles consecuencias de contarle eso. Entonces me paralizo, mi cuerpo se vuelve ligeramente rígido, mis ojos ya no le miran con atención, sino que se desvían ligeramente, deseo expresar esto o aquello, pero no llego más allá con esos deseos y comienzo a imaginar cómo se lo puedo decir o lo que puede pasar si se lo digo de esta o de aquella manera. En este momento, aunque aparentemente haya una única situación, realmente me divido y paso a habitar dos situaciones a la vez. “Una parte de mí”, como segundo plano, permanece corporalmente con la otra persona en la situación inmediatamente presente, a través de la consciencia inmediata, por ejemplo, viendo su rostro, sintiendo mis sensaciones corporales, el deseo de contarle algo, el temor a su enfado, y a la vez, el freno que me estoy imponiendo a mi propia expresión, y también a través de la consciencia habitual, por ejemplo, moviéndome de la manera que me suelo mover o hablando de temas triviales. Recordemos que la acción de la función yo, que desde el fondo ejerce una rigurosa selección de las excitaciones, tanto orgánicas como ambientales, es lo que permite que estas dos, o más situaciones, permanezcan relativamente separadas, lo cual permite, a su vez, la aparición de la consciencia reflexiva. Y “otra parte de mí”, como figura, está habitando una situación inacabada que busca solucionar el problema regulatorio en forma de experiencias reflexivas, por ejemplo, creando posibles alternativas para decir, fantaseando sus respuestas, poniéndome en su lugar o contextualizando lo que está ocurriendo dentro de nuestra relación o del grupo al que pertenecemos los dos. Ambas situaciones coexisten y son codependientes, guardando una relación figura/fondo, donde la una sin la otra no tendría sentido ni podría existir tal como lo hace.

Toda experiencia, incluyendo la reflexiva, está enraizada, surge, se sustenta y obtiene su direccionalidad de la situación que está regulando, basada, en última instancia, en elementos que están, o que algún momento estuvieron, inmediatamente presentes. Es ahí donde reside, por tanto, el sentido último de cualquier idea, fantasía, creencia, hipótesis o corriente de pensamiento que podamos crear. Así, si queremos averiguar su verdadero propósito, podemos preguntarnos qué tensiones está tratando de regular, en última instancia, esta teoría científica, corriente filosófica, creencia, novela u obra de arte, en la situación de la persona que las vivencia, sea su autor o su espectador. Ninguna reflexión tiene sentido en sí misma, esto es, sin salir del mundo reflexivo, sino que cobra sentido en cuanto que suscita cambios en la consciencia inmediata, y esta, en los hábitos, y estos, en los procesos físicos. Por ejemplo, la religión suaviza la angustia frente a nuestra libertad y soledad existenciales, o frente a la muerte, consiguiendo relajar tensiones complejas de apaciguar; la ciencia nos dota de un gran poder para manipular y controlar el entorno, lo que nos facilita, en definitiva, satisfacer necesidades y sentirnos seguros; a través de la literatura podemos liberar tensiones sin necesidad de asumir riesgos; comprender nuestro entorno y a nosotros mismos nos tranquiliza al disminuir la incertidumbre y nos hace más eficientes para equilibrar, en definitiva, la situación inmediatamente presente.

Mientras nos encontramos conscientemente ocupados en la regulación de la situación inmediatamente presente, no va a haber lugar para la consciencia reflexiva. Bajo esta lógica podemos afirmar que para que existan reflexiones deben coexistir dos hechos simultáneos, la presencia de tensiones detenidas de situaciones inconclusas, un hecho que, como vimos en la introducción, va a estar siempre presente, y el no estar implicados en la regulación inmediata de la situación. Así, tendremos más propensión a adentrarnos en el mundo de las reflexiones, bien cuando no haya problemas inmediatos que reclamen nuestra atención, o bien cuando los problemas sean tan complejos que la regulación inmediata no pueda hacerles frente y decidamos abordarlas mediante la reflexiva, o bien nos sirva para evadirnos y liberar tensiones. Y, al contrario, no tenderán a surgir reflexiones, bien cuando estemos inmersos en la consciencia inmediata, o bien cuando decidamos abandonar la regulación reflexiva, por ejemplo, porque hemos perdido la esperanza de solucionar el problema, porque nos resulte insoportable o angustiante seguir reflexionando o porque decidamos abandonarla simplemente para descansar.

Las acciones simbolizadas guardan la misma estructura o lógica de funcionamiento que las acciones reguladoras que llevamos a cabo en la situación inmediatamente presente. Así, por ejemplo, el hecho de dudar de la credibilidad de una hipótesis en la que me baso, podemos decir que es una modalidad simbolizada, y por tanto la manera de hacer es similar, al hecho de, por ejemplo, dudar de la firmeza de la silla en la que estoy sentado. O cambiar el enfoque desde el que voy mirar esa hipótesis es el mismo tipo de acto que cambiar mi posición física respecto de la silla. O comprobar su congruencia con otras hipótesis es ver, por ejemplo, si en términos estéticos o prácticos, guarda relación con el resto de elementos de la habitación. O analizar la hipótesis detalladamente es comprobar cada centímetro de madera y ver si tiene carcoma. O confirmar su aplicabilidad es probar si la silla sirve realmente para sentarse.

Aclaremos de nuevo que la principal diferencia de la regulación reflexiva respecto a la inmediata, es la falta de inmediatez y de contacto de aquella en relación a la situación inmediatamente presente, un hecho que por el contrario es definitorio en esta. Y de la reflexiva respecto a la habitual, que aquella es capaz de funcionar de manera creativa, a diferencia de esta, que funciona automáticamente. Y digo que la reflexiva es capaz de funcionar creativamente, puesto que también lo es de funcionar habitualmente. Esto es, la consciencia reflexiva puede adaptar la forma de los hábitos, pero también cualquiera de las cinco formas de los cinco niveles de la consciencia inmediata, manteniendo en todo momento su funcionamiento reflexivo, cuya característica definitoria es el aislamiento respecto a la situación inmediatamente presente. Veamos con ejemplos cada uno de estos posibles funcionamientos de la consciencia reflexiva. Siguiendo el ejemplo de estar sentado en el sillón de mi casa al volver del supermercado, puedo, en el nivel habitual, recordar cuales son mis principios del buen comportamiento y de la buena crianza. En el nivel del ello de la situación, puedo experimentar cierta sensación de insatisfacción, de descontrol, fruncir el ceño o mantener presente todavía en mi memoria, la energética risa del niño. En el ello individual, puedo no querer volver a ese supermercado, sentir el deseo de darle un empujoncito al niño o plantearme escribir un artículo sobre la crianza. En cuanto a las emociones, puedo estar enfadado, imaginarme riñendo al niño o divertirme poniéndome en su lugar y correteando por los pasillos del super. En el nivel yo, puedo analizar la situación, tratar de comprender lo que ha ocurrido, poner en cuestión mis creencias acerca de la crianza, inventar otras posibles alternativas, o planificar y anticipar posibles situaciones similares, decidiendo lo que haré la próxima vez si me suceda algo parecido. Y también puedo vivir una experiencia plena si, al recordar bien la escena, me doy cuenta de que el niño no me pegó una patada queriendo, sino que se resbaló y me golpeó sin querer, con lo que mis tensiones se relajarían y la situación se equilibraría. Siguiendo esta lógica de niveles, podríamos decir que también puedo reflexionar sobre la reflexión, lo que me alejaría aún más, por definición, de la situación inmediatamente presente. Como ejemplo de esto, puedo plantearme qué sentido tiene estar sintiendo y pensando todo esto, si me va a servir para algo o si es mejor que haga otra cosa y me olvide del tema. Para concluir este recorrido, diremos que la consciencia reflexiva no puede adoptar la forma del poscontacto, puesto que la característica de esta etapa es la ausencia de figuras, un proceso que se produce de manera exclusivamente automática.

Las experiencias reflexivas, al ser figuras que surgen a partir de un fondo con una fuerte selección, sobre todo en el sentido de rechazar excitaciones del organismo y del entorno inmediatamente presentes, una selección que en ocasiones será consciente, en otras menos y en otras nada, como en el caso de la represión, poseerán, en cualquiera de los casos, unas características estéticas empobrecidas en cuanto a brillo, claridad, vivacidad, definición o espontaneidad.

Aunque hayamos diferenciado la consciencia inmediata y la reflexiva con una intención definitoria y diferenciadora, ambas formas coexisten en nuestra vida cotidiana de muy diversas maneras, produciéndose entre ellas mixturas de todo tipo. Por ejemplo, si un niño juega a que es un dragón que vuela y tira fuego, podríamos ir tratando de separar ambas consciencias, pese a que la experiencia sea una sola, diciendo que el volar y el tirar fuego serían experiencias reflexivas, mientras que el mover los brazos arriba y abajo y el exhalar aire, experiencias inmediatas. Centrándonos en el volar, podemos analizar la relación entre estos dos tipos de consciencia que se entrelazan para formar una única experiencia, diciendo que el mover los brazos hace del acto de volar una experiencia más inmediata, o que el volar da sentido al hecho de mover los brazos, o que un dragón necesita mover sus extremidades para poder volar. ¿Cuál sería la figura entonces?, pues podríamos decir que algún tipo de unión entre las dos, por ejemplo, “estar moviendo las alas”.

Para concluir este apartado diremos que la represión misma, esto es, la función yo olvidada, ya no consciente, que inhibe el desarrollo de ciertas regulaciones, es exclusivamente un hábito, pero que el mecanismo neurótico, esto es, la forma de regular la situación en la que en el fondo está actuando una represión, puede actuar tanto de manera habitual, como de manera inmediata o reflexiva. Pero que, actúe bajo la forma que actúe, lo hará de manera poco eficiente y el equilibrio nunca se alcanzará, mientras sigamos manteniendo fuera del contacto organismo/entorno, en este caso no conscientemente, las excitaciones que provocan el desequilibrio. Por lo que, al igual que comentamos al final del apartado de los hábitos, prácticamente la única manera de continuar el curso de la regulación de la situación cuando haya represiones activas, será acudiendo a psicoterapia.

 

3. Psicoterapia

Comencemos recordando que mientras dos personas se mantienen en contacto entre sí, nuestro punto de vista es que hay dos situaciones coexistiendo y regulándose simultáneamente, en el que el entorno preferente de cada una de ellas son elementos o tensiones de la otra situación. Que cualquier experiencia de cada una de estas dos personas es la búsqueda de equilibrio entre su organismo y los elementos de la otra situación que conforman su entorno. En este encuentro, algunas desregulaciones de cada una de las situaciones producirán desregulaciones en la otra, en alguno o en todos los niveles que hemos visto, ya que son desregulaciones en su entorno. Por ejemplo, si puedo decir de mí mismo que estoy triste y otra persona contacta conmigo, la situación de esa persona va a sufrir desregulaciones, ya que mi situación está desregulada y “soy” su entorno. Las desregulaciones de su situación no serán, obviamente, mi tristeza, ya que mi tristeza es la desregulación de mi situación y no de la suya, sino que serán las búsquedas de equilibrio entre su organismo y su entorno, por ejemplo, acercarse a mí, sentir compasión o preguntarme. Y, a su vez, estos ajustes que su situación realiza van a conformar mi entorno, en el caso de que yo contacte también con esa persona, por lo que modificarán mis desequilibrios, por ejemplo, estaré menos triste o quizá me sienta invadido o molesto.

En la situación psicoterapéutica, por tanto, el entorno preferente del psicoterapeuta va a ser la situación del paciente. Pero no tiene por qué ocurrir lo mismo con el paciente, ya que este no tiene por qué estar en contacto con el psicoterapeuta. Y la finalidad del psicoterapeuta consiste en regular su propia situación, tal como lo hace cualquier persona en cualquier otra circunstancia, pero lo hace, y esta es la particularidad del contacto psicoterapéutico, facilitando que el paciente vaya consiguiendo regular la suya. Estas son las dos labores del psicoterapeuta.

En el siguiente gráfico espero aclarar esta idea un poco más. Representa la situación del psicoterapeuta durante las sesiones con su paciente, donde la situación del paciente va a formar parte de la situación del psicoterapeuta, en calidad de su entorno preferente. Aunque este gráfico simboliza el hecho de que el entorno del psicoterapeuta es la situación del paciente, obviamente que el entorno del psicoterapeuta nunca va a contener la totalidad de la situación del paciente, ni tampoco el entorno del psicoterapeuta va a consistir exclusivamente en aspectos de la situación del paciente, por lo que este gráfico es, en estos sentidos, bastante simplista. Pero aún con estas salvedades, nos puede ayudar a visualizar la idea esquemática de que la situación del paciente, de la que surgen las experiencias de este, conforma el entorno del psicoterapeuta, entorno que, de la regulación con su organismo, surgirán las experiencias de este.

 

Situación del terapeuta, en la que su entorno es su paciente es

La particularidad de la Terapia Gestalt respecto a otros tipos de psicoterapia reside en que nuestro objetivo final no es tanto que el paciente esté “bien”, sino que logre estar “bien”. En el primer caso, el psicoterapeuta ostenta la función yo, siendo el encargado de regular la situación del paciente, mientras que, en el segundo, el nuestro, el psicoterapeuta potencia la función yo del paciente, para sea este el que la regule.

Algunos límites de la labor del psicoterapeuta tendrán que ver con la consciencia de sus desequilibrios. Si el psicoterapeuta no siente el desequilibrio que en su situación produce el desequilibrio de la situación del paciente, no hará nada, al menos de forma deliberada. Por otra parte, si el psicoterapeuta siente estos desequilibrios, pero no los atribuye a la presencia de desequilibrios en la situación de su paciente, hará algo deliberado para regular su propia situación, pero no para que el paciente regule la suya. Si, por ejemplo, el cansancio que siente durante la sesión, no lo atribuye a la presencia del paciente, tratará de autorregularse a sí mismo sin incluir al paciente, por ejemplo, recostándose en el sillón o mostrándose menos activo, o diciéndose que debería dormir más o atender a menos pacientes. Si, en cambio, incluye a su paciente, considerará su cansancio como surgiendo de la situación de la que su paciente forma parte, por lo que, además de lo anterior, quizá decida también prestar atención, o promover que el paciente preste atención, a su -del paciente- postura y sus sensaciones corporales, a su cadencia en el hablar, a cómo está aquí conmigo, a cómo ha sido su día o a su deseo de hacer algo distinto en este momento, o le puedo expresar mis sensaciones, ya que parto de la base de que surgen de un fondo del que él es parte, o puedo elaborar hipótesis acerca de cómo mi sensación de cansancio aparece al estar en su presencia.

En la sesión de psicoterapia como totalidad coexisten, por tanto, tres tareas. Dos del psicoterapeuta, la de regular su situación y la de facilitar que el paciente consiga regular la suya, y otra del paciente, la de regular su situación. En ocasiones estas tres tareas irán en un mismo sentido, en otras podrán ser complementarias y en otras tirarán en diversas direcciones e incluso serán incompatibles. Por ejemplo, si una paciente me cuenta una situación que le mantiene preocupada y que vive con confusión, y yo, al escucharla, siento confusión e interés, esto se lo hago llegar y trato de que me explicite algunos aspectos de la situación, lo que sucedió, lo que siente y piensa, muy probablemente las tres tareas irán de la mano, ya que estaré regulando la mía, ayudando a mi paciente a que regule la suya, y ella se mantendrá también interesada en regularla de la manera en que lo estamos haciendo. Pero también puede ocurrir que yo sienta el deseo de dejar de escucharla, por lo que sea, pero al mismo tiempo considere que para facilitar que potencie su capacidad de regulación, resultaría adecuado seguir escuchando y que tome consciencia de lo que sintió, de lo que hizo o de si tuvo en cuenta otro. En este caso mis dos tareas estarían en disonancia. También puede ocurrir que la dirección de mis dos tareas coincida, como en el primer caso, pero que no coincida con la dirección de la suya, por ejemplo, puede decirme que no le interesa entrar en el tema que le pregunto.

También debemos tener en cuenta que lo que el psicoterapeuta hace para regular su propia situación va a modificar la situación del paciente. Esta es una acción cuyas consecuencias escapan, especialmente, al control del psicoterapeuta. Por ejemplo, si como psicoterapeuta he sufrido una pérdida, durante la sesión puedo tratar de mantener en el fondo, o no, las regulaciones que tienden a surgir en los diferentes niveles, como cierto pesar corporal, pensamientos acerca de la muerte, interpretar con cierto tinte de desánimo lo que dice el paciente, deseo de llorar o de expresarle la tristeza que siento. Permitir o impedir que estas regulaciones se desarrollen en la situación psicoterapéutica, va a modificar tanto mi situación como la del paciente en varios sentidos, queramos o no. Entonces, ¿me dejo sentir o no, permito que surja mi emoción o no, le expreso o no? Tanto en este dilema como en otros que le asalten, lo importante es que el psicoterapeuta trate de ser consciente de los procesos regulatorios en curso, tanto de su situación y de la de su paciente, y que tome decisiones en cada momento teniendo en cuenta el propósito de sus dos tareas. Más allá de eso, solo nos queda aceptar la incertidumbre de la novedad.

No tenemos acceso “objetivo” a nuestro paciente, sino solo a través de las desregulaciones de nuestra propia situación en sus distintos niveles. Mi paciente lo construyo a partir de lo que siento, pienso, percibo, hago…, por lo que, cuanto más consciente sea de los procesos regulatorios de mi situación, más acceso tendré a “mi paciente”, con más información contaré para construirlo. Esto ya lo comentamos cuando dijimos que el entorno, al igual que el organismo, es solo una entelequia, una idea creada por la consciencia reflexiva. Qué regulaciones voy a hacer conscientes durante la sesión y cuáles voy a tratar de apartar de mi experiencia, es una elección acerca de qué voy a conocer de mi paciente y de su situación, y qué no. Uso conocer en un sentido amplio, como conocimiento corporal, sensitivo, intelectual, intuitivo, comportamental…

La funcionalidad y eficacia de estas dos tareas del psicoterapeuta mejorará al fomentar la amplitud del rango de opciones posibles que vamos a aceptar como figura, de entre aquellos procesos que, desde el fondo, pujan por formar parte consciente de la regulación. Con esto estoy diciendo lo mismo que ya dije respecto a aumentar la consciencia de la situación presente, pero además ahora abogo, al estar hablando del rol de psicoterapeuta, no solo por ampliar el rango de experiencias aceptables, sino también de estilos de intervención, métodos o interpretaciones posibles. Decir que un estilo psicoterapéutico determinado es el mejor o, aún más, el único posible, es una manera de descartar formas de alcanzar nuestro objetivo, quizá prematuramente. Ya que esto significa condenar al ostracismo a varias formas de regulación, que consideramos que no son caminos posibles. Algunas formas de prejuzgar podrían ser, por ejemplo, “no debo sentir o no voy a tener en cuenta lo que siento en las sesiones, porque no sería un psicoterapeuta objetivo”, “no voy a decir a mi paciente lo que creo que le convendría hacer, porque le estaría aconsejando”, “tengo que aparecer ante mi paciente como alguien competente, porque si no, no me tomará en serio”, “tengo que seguir una teoría o una metodología concreta, porque si no, me perderé o lo que haga no resultará efectivo”. Creo que más que preguntarnos por el motivo de cada elección que hacemos en sesión, tendríamos que preguntarnos por el motivo de cada descarte, o al menos preguntarnos hasta qué punto el no querer hacer esto o aquello o no querer pensar así o asá, ha sido fruto de un proceso consciente creativo o de un hábito. Es inevitable elegir, creer en determinadas teorías, privilegiar unos métodos a otros, definirme como un psicoterapeuta que tiene tal estilo o autoimponerme ciertos límites, lo que me parece importante es saber desde dónde. De hecho, esta propuesta que hago aquí también supone la elección de un estilo psicoterapéutico, aunque sea la tendencia a mantener abierta la puerta a nuevas formas regulatorias, y a decidir conscientemente si desarrollarlas en la sesión o mantenerlas apartadas, en lugar de dejar que sea el hábito el que decida.

Podemos aplicar esto a los dos grandes estilos de la Terapia Gestalt, ya que, tanto el de la costa este, podríamos decir basado en una única teoría, más cercano al ello de la situación, a lo inacabado, a lo vacilante, a la indiferenciación de origen yo-tú, a la confianza en el proceso de autorregulación de la situación o al ir descubriendo y creando juntos, como el de la costa oeste, podríamos decir basado en la intersección de diversas teorías, más cercano al yo, a lo acabado, a lo decidido, a la diferenciación yo-tú, a la confianza en las técnicas y en el poder del individuo y del grupo o a la agresión sana al entorno, ambos estilos, digo, son posibilidades regulatorias que considero prudente y apropiado mantenerlas como opciones abiertas, como caminos posibles a nuestro objetivo. Y si decidimos descartar algún estilo o partes de él, que sea una decisión tomada desde la consciencia creativa, no tanto desde el hábito.

Y para finalizar este apartado, con una intención aclaratoria y recopilatoria, de modo muy genérico, sin ejemplos por falta de espacio y no exhaustivo, voy a hacer un breve compendio de los caminos que, como psicoterapeutas, podemos tomar de manera deliberada, eso es, desde la función yo consciente y creativa, para avanzar hacia cada uno de nuestros dos objetivos. Esta es una propuesta demasiado ambiciosa para el poco tiempo y espacio dedicado, por lo que seguro que me dejo en el tintero muchas formas en las que el psicoterapeuta puede actuar, pero aun así he querido dejar aquí este esbozo. Para ello iré siguiendo los niveles regulatorios vistos.

En primer lugar, puedo favorecer la regulación de mi situación:

– en el nivel de los procesos físicos: manipulando las condiciones físicas de mi organismo y de mi entorno,

– en el nivel de los hábitos: tomando consciencia de lo que me sustenta, como mi propio cuerpo, mis conocimientos, creencias, formas de hacer habituales, maneras de relacionarme, incluida la que tengo con mi paciente, así como de mis respuestas reactivas y los momentos en los que detengo el proceso de regulación,

– en el nivel del ello de la situación: tomando consciencia de lo que se me mueve en el ámbito de lo suave, indefinido, indiferenciado y vago, como mi cuerpo sentido, el ambiente o atmósfera que “respiro” en la sesión, las percepciones que me llamen la atención, los pensamientos y recuerdos fugaces, movimientos o gestos erráticos,

– en el nivel del ello individual: tomando consciencia de lo que deseo, de lo que me molesta, de lo que me estimula y moviliza, y de cómo, en qué dirección, con qué finalidad, con qué intensidad,

– en el nivel de la emoción: tomando consciencia de la emoción que experimento con mi paciente,

– en el nivel del yo: tomando consciencia de mis elecciones acerca de qué conocimientos, creencias, objetos, relaciones, estímulos, sensaciones, acciones, pensamientos, recuerdos, deseos, emociones, decisiones…, van a formar parte de mi experiencia actual, de cómo realizo esta elección, del control que ejerzo sobre ciertas partes de la situación, de cómo modulo el tempo y el nivel de excitación del proceso, planifico estrategias, o agredo o manipulo a mi entorno y a mi organismo,

– y en el nivel reflexivo: tomando consciencia de mis experiencias surgidas de una situación no inmediatamente presente, esto es, con un cierto grado de aislamiento de mi organismo y mi entorno inmediatos, podríamos decir que habiendo abandonado el aquí y ahora, como de la observación de la situación desde otro punto de vista, del recuerdo o anticipación de una situación, de la imaginación de otras situaciones posibles, de la invención de nuevas posibilidades o de la creación de interpretaciones de la situación, y también tomando consciencia de cómo y para qué me he retirado de la situación inmediatamente presente y he puesto en funcionamiento estas reflexiones y qué repercusiones puede conllevar.

Y, en segundo lugar, puedo favorecer que mi paciente logre ir regulando su situación,

– en el nivel de los procesos físicos: facilitando que pueda manipular las condiciones físicas de su situación, tanto de su organismo como de su entorno,

– en el nivel de los hábitos: tomando consciencia y facilitando que el paciente pueda hacer consciente aquello que le sustenta, evidenciando sus apoyos habituales, como los conocimientos, técnicas y formas de hacer ya conocidas, creencias, el sostén en su propio cuerpo y en las relaciones con otras personas, incluyendo su relación conmigo, así como de sus respuestas reactivas y los momentos en los que detiene su proceso de regulación, y también proporcionándole nuevos apoyos,

– en el nivel del ello de la situación: tomando consciencia y facilitando que el paciente pueda hacer consciente lo que se mueve en el ámbito de lo suave, indefinido, indiferenciado y vago, tanto en la situación que relata como en la inmediatamente presente conmigo, como su cuerpo sentido, el ambiente o atmósfera que “respira”, las percepciones que le llaman la atención, los pensamientos y recuerdos fugaces, movimientos o gestos erráticos,

– en el nivel del ello individual: tomando consciencia y facilitando que el paciente pueda hacer consciente lo que desea, lo que le molesta, lo que le estimula y moviliza, y cómo, en qué dirección, con qué finalidad, con qué intensidad, tanto de la situación que relata como de la inmediatamente presente conmigo,

– en el nivel de la emoción: tomando consciencia y facilitando que el paciente pueda hacer consciente la emoción que experimenta, tanto en la situación relatada como en la inmediatamente presente aquí conmigo,

– en el nivel del yo: tomando consciencia y facilitando que el paciente pueda hacer consciente sus elecciones acerca de qué conocimientos, creencias, objetos, relaciones, estímulos, sensaciones, acciones, pensamientos, recuerdos, deseos, emociones, decisiones…, van a formar parte de su experiencia actual, de cómo realiza esta elección, del control que ejerce sobre ciertas partes de su situación, de cómo modula el tempo y el nivel de excitación del proceso, planifica estrategias, o agrede o manipula a su entorno y a su organismo, tanto en la situación relatada como en la presente conmigo,

– y en el nivel reflexivo: tomando consciencia y facilitando que el paciente pueda hacer consciente sus experiencias surgidas de una situación no inmediatamente presente y distinta a la que está narrando, esto es, con un cierto grado de aislamiento, tanto de su organismo y su entorno inmediatos como de la situación narrada, hablaríamos en este caso de hacer consciente las reflexiones de las reflexiones, como de la observación de la situación, inmediata o narrada, desde otro punto de vista, del recuerdo o anticipación de una situación distinta a la narrada, de la imaginación de otras situaciones posibles, de la invención de nuevas posibilidades o de la creación de interpretaciones de la situación, y también tomando consciencia de cómo y para qué se ha retirado de la situación inmediatamente presente o se retiró de la situación narrada, y ha puesto o puso en funcionamiento estas reflexiones y qué repercusiones puede conllevar o conllevó.

Aclarar que, cuando digo tomar consciencia o hacer consciente algo, me refiero a permitir que eso de lo que tomo consciencia forme parte de mi experiencia. Cuando digo, por ejemplo, tomar consciencia de un deseo, quiero decir permitirme sentir el deseo. Esto es, me estoy refiriendo a dos movimientos que se suceden uno al otro. El primero es el de la función yo que consiste en dar permiso, aceptar o hacer emerger el deseo a mi experiencia, y el segundo es el de vivenciar la experiencia misma, esto es, desear.

 

4. Apéndice socio-político

Vamos a continuación a dar un salto al ámbito socio-político, tratando de extrapolar lo que hemos visto respecto a la situación organismo-entorno y a su regulación, esto es, el mundo de la experiencia, a la situación individuo-sociedad y a su regulación, esto es, el mundo de la política. Vamos a tratar de averiguar qué tipo de gobierno resultaría si trasladáramos el funcionamiento individual al social. Una visión muy a grandes rasgos, torpemente esbozada y borrosa, pero al menos indicadora de una cierta dirección.

En primer lugar, asemejaríamos las tensiones regulatorias de la situación O-E a las tendencias, ya sea en forma de deseos, propuestas o acciones, individuales o grupales de las personas que conforman una sociedad, con intención de transformarla. De esta manera, aquellas tensiones que finalmente logran surgir como figura de la experiencia en la situación O-E y transformarla de manera explícita, las equipararíamos a aquellas tendencias personales que finalmente logran obtener suficiente poder político como para transformar explícitamente la sociedad donde viven.

La finalidad de la política sería la misma que la de la regulación O-E que hemos estado viendo, es decir, la de equilibrar la situación, en este caso, la de regular los desequilibrios sociales con el propósito de que no queden situaciones inacabadas, de manera que la mayor cantidad de tensiones posibles consigan regularse y relajarse.

Si estableciéramos un paralelismo entre la manera de regular la situación que lleva a cabo el hábito y una forma de gobierno, sería uno totalitario. Cuanto más totalitario sea un gobierno, más evitará a toda costa cualquier novedad, cualquier disonancia y diferencia a lo establecido, imponiéndose una opción como la única admitida y admisible, lo que en la situación organismo/entorno, traduciríamos por una regulación represiva. Pero si consideramos el hábito como aquello que nos aporta soporte y seguridad, el hecho de que en una forma de gobierno existan ciertos principios sólidos, como una especie de constitución o estatutos firmes, o incluso de costumbres, aunque no por ello incuestionables ni inalterables, va a aportar una base necesaria sobre la que construir una práctica política que aspire a ser funcional.

Mantener abierta la puerta a las regulaciones O-E que tienden a surgir a la experiencia, podemos equipararlo políticamente a mantener abierta la puerta a nuevos puntos de vista, a propuestas de cambio, permitiendo que cualquier sugerencia cuente con la posibilidad y los medios para hacerse oír, para que pueda ser discutida y debatida, lo que implica promover la diferencia, el disentimiento, la polémica, la controversia y la agresión no violenta entre diferentes posturas.

En la regulación O-E hay dos formas por medio de las cuales las tensiones del fondo pueden pasar a ser figura, la pasiva y la deliberada, siendo la espontanea algún tipo de fusión entre ambas. La manera pasiva es el llamado proceso de dominancia, que consiste en la tendencia de las tensiones más apremiantes, y por lo tanto las más intensas en cada momento, a surgir al primer plano de la consciencia. Y la deliberada consiste en la selección que realiza la función yo en situaciones problemáticas, escogiendo de entre las tensiones que pujan por hacerse figura, aquellas que resultan más efectivas para resolver el problema en curso que nos ocupa, sean o no las más intensas o apremiantes.

El primer mecanismo, el pasivo, si lo traspasamos al nivel político, consistiría en un procedimiento, que obviamente habría que crear, capaz de seleccionar o entrelazar de alguna manera aquellas propuestas individuales o grupales, que destaquen por su nivel de intensidad, y que serían las que acabarían ejerciendo un poder político real de cambio social. Este nivel de intensidad lo podría otorgar, de un lado, algún tipo de gradación en el nivel intensidad adscrita a cada propuesta, y del otro y el más importante, el resultado de someterla a votación popular, a través de la cuál, las propuestas más votadas tendrían un mayor peso político.

Y el mecanismo deliberado, traspasado al nivel político, podría traducirse en la selección de una persona o comité con capacidad para elegir, bien de entre las propuestas populares planteadas, juntando varias de ellas o creando alguna nueva, cuales se adecúan mejor o resultan más efectivas para alcanzar el objetivo que se pretende conseguir, para que, como en el proceso anterior, acaben ejerciendo un poder político real de cambio social, sean o no las que logren una mayor gradación de intensidad o las más votadas.

En ambos casos, el sistema político que más se ajusta a nuestro planteamiento es el democrático. El proceso pasivo o de dominancia estaría más cerca de una democracia directa, en donde las preferencias poblacionales más fuertes, fundamentalmente por haber sido las más votadas, tendrán una mayor tendencia a promover cambios sociales. Y el proceso activo o de selección y acción deliberada del yo, más cerca de una democracia representativa, en donde un individuo o comité elegido por votación, serán los encargados, en caso de necesidad, de escoger qué propuestas ciudadanas se van a llevar a cabo, o también de crear nuevas, y de ponerlas en acción. La decisión acerca de qué situaciones se van a considerar de necesidad, quién formará parte de este grupo representativo y hasta dónde llegará su poder, serán decisiones tomadas por la ciudadanía por votación, y esto debido de nuevo a su correspondencia con la regulación O-E, en donde el surgimiento de la función yo, su alcance y su regreso al fondo, son procesos espontáneos, surgidos de la situación, aunque la acción del yo sea activo y deliberado.

Por tanto, el tipo de gobierno que surge al hacer esta extrapolación, es una combinación de democracia directa y representativa. Una democracia predominantemente directa, donde la creación de propuestas, su selección y puesta en marcha corran a cargo de la población, pero en la que, en aquellos momentos en los que el objetivo a alcanzar lo requiera, se active una representativa, en la que una persona o un grupo elegido tenga la potestad de tomar el mando, obviamente en el marco de unas normas votadas por la población, para decidir qué propuestas ciudadanas se van a implementar, para crear nuevas que se adapten mejor al propósito y para llevarlas a cabo hasta que la situación social finalmente se equilibre.

 

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